Odile el huracán toro
Hacía más de tres décadas que Los
Cabos, Baja California, no recibía un huracán categoría 4. Odile fue la
excepción. La población no esperaba un huracán de tal magnitud, tampoco
imaginaba cómo podía impactar la zona, hasta que lo tuvo encima.
Supimos de la posibilidad de un
huracán hasta que llegamos al aeropuerto de San José del Cabo. Contábamos con
que sería alguna depresión tropical o algo similar. El viaje lo hicimos para
ver a mi primo Ramón, que el 12 de septiembre era su cumpleaños y queríamos
estar con él, luego de más de 10 años sin verlo, fue por ello que no reculamos
en irnos.
Matías estaba muy emocionado con el avión, decía "ya vamos a volar, mamá" |
Cumpleaños de Ramón, cena, risas, familia |
Vimos a Ramón los días 12 y 13 de
septiembre. “Si los días se calman, las llevo al arco, paseamos”, decía. Nadamos,
jugamos, conoció a sus sobrinos. Para el 14 de septiembre, Ramón iría a nuestro
hotel por la tarde, pero alrededor de las 18:00 apenas había tomado el camión y
el huracán comenzaba a mostrar su músculo con la tormenta. Le pedimos que se
resguardara porque ignorábamos a qué hora llegaría. Hoy, luego de cinco días sin
saber de él, hoy habló para decir que está bien.
El 14 de septiembre en la comida, Matías empezó con dolor intenso en el oído. Ante la posibilidad del impacto de Odile, le llamé a un doctor para que lo recetara y le quitara el dolor. Fue así como el dolor cedió y Matías logró dormir durante el paso del huracán.
El 14 de septiembre en la comida, Matías empezó con dolor intenso en el oído. Ante la posibilidad del impacto de Odile, le llamé a un doctor para que lo recetara y le quitara el dolor. Fue así como el dolor cedió y Matías logró dormir durante el paso del huracán.
Cenamos y a las 20:30 Matías
exigió ir a “su casa” (la habitación). Los niños estaban fastidiados de dos
días enteros sin poder salir del hotel. Ya en el cuarto, el impacto del huracán
comenzó a sentirse más fuerte, con lluvia y viento intenso.
Por instinto empezamos a hacer
las maletas y dejar todo listo. Lo de menos era regresar a la habitación por
las cosas. Regina seguía sin poder dormir por el calor y el susto. Los niños
sienten el estrés. Mi mamá la cargaba, la paseaba, pero Regina seguía llorando
a todo pulmón, mientras mi tía, mi mamá y yo nos mirábamos asustadas.
No era posible resguardarnos en
el Salón Frailes, como el hotel había solicitado. El salón quedaba a escasos 50
metros, pero llegar hasta ese punto implicaba un riesgo a nuestra seguridad. Un
retumbar de ventanas nos hizo correr a resguardarnos en el baño. Odile se
escuchaba como el bramido de un toro encima de uno.
Resguardadas en el baño de la
habitación del hotel, acondicionamos la tina como cuna para Matías y Regina, de
3 y 1 años, respectivamente. El baño sin ventanas nos protegía de Odile, aunque
el calor era insoportable.
Las paredes se cimbraban, el
ruido era ensordecedor aún en el baño. Formamos una valla de sillas y mesas frente
a las gruesas cortinas de la habitación como medida de protección.
Me aferraba al teléfono para no
llorar. Twitteaba lo que escuchaba. Un grito ensordecedor de un huésped nos puso
más de nervios. Los vidrios del hotel comenzaron a reventarse y a dar paso a Odile con escombros
y cualquier cantidad de agua y arena.
Los cristales se quebraban con
diferencia de pocos segundos. Era como un temblor permanente.
El agua buscaba su cauce al igual
que el bramido del huracán. Los pasillos del hotel se volvieron parte de él. El
gerente del hotel explicaba que había 80 huéspedes.
El toro Odile se calmaba y
regresaba con fuerza a azotar puertas y ventanas para entrar por cualquier
lugar. Después de la tempestad, llegó la calma. Al día siguiente las pérdidas
eran incuantificables.
Al hotel Posada Los Cabos, en San
José del Cabo, donde estábamos hospedadas, comenzaron a llegar huéspedes de
otros hoteles, la comida empezaba a ser insuficiente en los grandes emporios
hoteleros. El gerente nos mantenía informados: “no hay vuelos, regresarán a
casa en el Puente Aéreo”.
Los hoteles comenzaron a
restringir los alimentos y el agua como medida de prevención para días
posteriores. Pedían a los turistas ser conscientes del uso indiscriminado de
agua. Las raciones de comida comenzaron a reducirse. Dejaron de poner platos
grandes para en su lugar ofrecer vajilla frutera donde podíamos comer lo
necesario para saciar el hambre.
Odile desnudó al hotel Hyatt. Le
vociferó en la cara para dejarlo en meras estructuras metálicas, dejando ver
plafones, tuberías y lo endeble de sus muros. El Hyatt quedó en obra negra.
El 15 de septiembre, un día después
del ‘toro’ Odile, el hotel comenzó de inmediato con las obras de rehabilitación.
Aquí no se permitieron un segundo de luto, de silencio, de llanto. De inmediato
comenzaron las labores de limpieza de escombros y basura.
Era un 15 de septiembre sin
vestigios de fiestas patrias. El lobby que había sido acondicionado para
tremenda noche mexicana, quedó sin comedor, sin aquellos enormes colgantes de Campana
de Dolores, ni cadenas tricolor de un extremo a otro. Acaso alguna bandera
mexicana sobreviviente en los muros de
las paredes dejaba ver la alegría.
La gente comenzó a saquear la
Mega Comercial de San José del Cabo, al igual que cualquier establecimiento. Permitían
la entrada a 50 personas 5 minutos para tomar lo necesario. El abuso no se hizo
esperar y hubo quien sacó pantallas planas y cualquier otro electrodoméstico
totalmente inservible sin electricidad.
Todo se detuvo cuando el avión
presidencial arribó al aeropuerto de los Cabos con el Secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio Chong, abordo. Unas cuantas entrevistas, un recorrido en la
fila de turistas insolados y cansados de esperar.
Unos minutos más tarde,
comenzaron a pasar turistas para ser trasladados en aviones de la Policía
Federal, así como de todas las aerolíneas. Los vuelos internacionales fueron
cancelados: la prioridad era sacar a los turistas y a algunos habitantes que
aprovecharon el Puente Aéreo para tomar otros vuelos en otros destinos, de ser
necesario, y llegar a casa.
Odile arrasó con camastros,
desapareció albercas, devastó los ventanales de hoteles, casas y comercios. Entre
huéspedes empezamos a ser algo más que un alzón
de cejas y esbozos de sonrisas.
Comenzamos a ser cómplices para apoyarnos y
salir adelante. Aún con todo, no pudo quitarnos la sonrisa y el buen ánimo,
porque pese a todo... estamos vivos.
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