jueves, 18 de septiembre de 2014

Odile el huracán toro

Hacía más de tres décadas que Los Cabos, Baja California, no recibía un huracán categoría 4. Odile fue la excepción. La población no esperaba un huracán de tal magnitud, tampoco imaginaba cómo podía impactar la zona, hasta que lo tuvo encima.

Supimos de la posibilidad de un huracán hasta que llegamos al aeropuerto de San José del Cabo. Contábamos con que sería alguna depresión tropical o algo similar. El viaje lo hicimos para ver a mi primo Ramón, que el 12 de septiembre era su cumpleaños y queríamos estar con él, luego de más de 10 años sin verlo, fue por ello que no reculamos en irnos.

Matías estaba muy emocionado con el avión, decía "ya vamos a volar, mamá"
Los días eran soleados, con fuerte viento y el oleaje siempre en bandera roja. El mar con olas escandalosas y revolcadas no nos permitía si quiera tocarlo. Pasamos horas en la alberca, jugando con los niños, quienes estaban contentos de nadar y pasear.  En la noche del 12 de septiembre, cenamos con mi primo Ramón, las mañanitas. El tequila. La foto, el abrazo.

Cumpleaños de Ramón, cena, risas, familia 
Ramón nos decía que en el hotel donde trabajaba ya habían asegurado todo: camastros, sombrillas, y cualquier objeto que se pudiera volar con el viento del huracán. Comentaba que hacía unos años durante un huracán, compraron alimentos para al menos una semana. Estuvieron sin luz tres días. No salieron de casa.

Vimos a Ramón los días 12 y 13 de septiembre. “Si los días se calman, las llevo al arco, paseamos”, decía. Nadamos, jugamos, conoció a sus sobrinos. Para el 14 de septiembre, Ramón iría a nuestro hotel por la tarde, pero alrededor de las 18:00 apenas había tomado el camión y el huracán comenzaba a mostrar su músculo con la tormenta. Le pedimos que se resguardara porque ignorábamos a qué hora llegaría. Hoy, luego de cinco días sin saber de él, hoy habló para decir que está bien.  

El 14 de septiembre en la comida, Matías empezó con dolor intenso en el oído. Ante la posibilidad del impacto de Odile, le llamé a un doctor para que lo recetara y le quitara el dolor. Fue así como el dolor cedió y Matías logró dormir durante el paso del huracán.

Cenamos y a las 20:30 Matías exigió ir a “su casa” (la habitación). Los niños estaban fastidiados de dos días enteros sin poder salir del hotel. Ya en el cuarto, el impacto del huracán comenzó a sentirse más fuerte, con lluvia y viento intenso.

Por instinto empezamos a hacer las maletas y dejar todo listo. Lo de menos era regresar a la habitación por las cosas. Regina seguía sin poder dormir por el calor y el susto. Los niños sienten el estrés. Mi mamá la cargaba, la paseaba, pero Regina seguía llorando a todo pulmón, mientras mi tía, mi mamá y yo nos mirábamos asustadas.

No era posible resguardarnos en el Salón Frailes, como el hotel había solicitado. El salón quedaba a escasos 50 metros, pero llegar hasta ese punto implicaba un riesgo a nuestra seguridad. Un retumbar de ventanas nos hizo correr a resguardarnos en el baño. Odile se escuchaba como el bramido de un toro encima de uno.


Resguardadas en el baño de la habitación del hotel, acondicionamos la tina como cuna para Matías y Regina, de 3 y 1 años, respectivamente. El baño sin ventanas nos protegía de Odile, aunque el calor era insoportable.

Las paredes se cimbraban, el ruido era ensordecedor aún en el baño. Formamos una valla de sillas y mesas frente a las gruesas cortinas de la habitación como medida de protección.

Me aferraba al teléfono para no llorar. Twitteaba lo que escuchaba. Un grito ensordecedor de un huésped nos puso más de nervios. Los vidrios del hotel comenzaron a  reventarse y a dar paso a Odile con escombros y cualquier cantidad de agua y arena.


Matías y Regina durmieron en la tina del baño, acondicionada como cuna durante el huracán Odile






Los cristales se quebraban con diferencia de pocos segundos. Era como un temblor permanente.
El agua buscaba su cauce al igual que el bramido del huracán. Los pasillos del hotel se volvieron parte de él. El gerente del hotel explicaba que había 80 huéspedes.



El toro Odile se calmaba y regresaba con fuerza a azotar puertas y ventanas para entrar por cualquier lugar. Después de la tempestad, llegó la calma. Al día siguiente las pérdidas eran incuantificables.

Al hotel Posada Los Cabos, en San José del Cabo, donde estábamos hospedadas, comenzaron a llegar huéspedes de otros hoteles, la comida empezaba a ser insuficiente en los grandes emporios hoteleros. El gerente nos mantenía informados: “no hay vuelos, regresarán a casa en el Puente Aéreo”.

Los hoteles comenzaron a restringir los alimentos y el agua como medida de prevención para días posteriores. Pedían a los turistas ser conscientes del uso indiscriminado de agua. Las raciones de comida comenzaron a reducirse. Dejaron de poner platos grandes para en su lugar ofrecer vajilla frutera donde podíamos comer lo necesario para saciar el hambre.

Hotel Hyatt, San José Los Cabos luego de Odile 14/09/2014

Odile desnudó al hotel Hyatt. Le vociferó en la cara para dejarlo en meras estructuras metálicas, dejando ver plafones, tuberías y lo endeble de sus muros. El Hyatt quedó en obra negra.

El 15 de septiembre, un día después del ‘toro’ Odile, el hotel comenzó de inmediato con las obras de rehabilitación. Aquí no se permitieron un segundo de luto, de silencio, de llanto. De inmediato comenzaron las labores de limpieza de escombros y basura.

Era un 15 de septiembre sin vestigios de fiestas patrias. El lobby que había sido acondicionado para tremenda noche mexicana, quedó sin comedor, sin aquellos enormes colgantes de Campana de Dolores, ni cadenas tricolor de un extremo a otro. Acaso alguna bandera mexicana sobreviviente en los muros  de las paredes dejaba ver la alegría.

La gente comenzó a saquear la Mega Comercial de San José del Cabo, al igual que cualquier establecimiento. Permitían la entrada a 50 personas 5 minutos para tomar lo necesario. El abuso no se hizo esperar y hubo quien sacó pantallas planas y cualquier otro electrodoméstico totalmente inservible sin electricidad.


En el aeropuerto el Puente Aéreo empezó a funcionar desde el día 16 de septiembre filas de al menos cuatro o cinco horas bajo un sol exigente, extenuante. Funcionarios con chalecos y radio en mano entrando y saliendo, recibiendo instrucciones en medio del apabullante clamor de la  gente por regresar a casa con bebés, personas de la tercera edad, discapacitados y mujeres embarazadas.




Todo se detuvo cuando el avión presidencial arribó al aeropuerto de los Cabos con el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, abordo. Unas cuantas entrevistas, un recorrido en la fila de turistas insolados y cansados de esperar.


Unos minutos más tarde, comenzaron a pasar turistas para ser trasladados en aviones de la Policía Federal, así como de todas las aerolíneas. Los vuelos internacionales fueron cancelados: la prioridad era sacar a los turistas y a algunos habitantes que aprovecharon el Puente Aéreo para tomar otros vuelos en otros destinos, de ser necesario, y llegar a casa.

Odile arrasó con camastros, desapareció albercas, devastó los ventanales de hoteles, casas y comercios. Entre huéspedes empezamos a ser algo más que un alzón de cejas y esbozos de sonrisas. 

Comenzamos a ser cómplices para apoyarnos y salir adelante. Aún con todo, no pudo quitarnos la sonrisa y el buen ánimo, porque pese a todo... estamos vivos.


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