El Oso, Silvo y Brasso
El olor de las botas bien lustradas deambulaba por el departamento en la calle de Felipe Villanueva. Silvo y Brasso en el suelo para no ensuciar aquella sala dura; franelas por doquier, unas para los botones, otras más para las botas. La zapatera tenía cualquier cantidad de tintas, grasas, cepillos, brochas y jabón de calabaza. Cada día, alrededor de las 19:00 horas mi hermano se sentaba en aquella sala a lustrar las botas de ese uniforme caqui que tanto aborrecía yo, sin ser alumna. Pasaba al menos hora y media en hacer la labor de limpieza de botas, botones, insignias. Debía verse deslumbrante, sin un ápice de opacidad, que la luz pudiera reflejarse en aquellas superficies. Víctor tomaba una bota, le quitaba las agujetas, metía su mano izquierda en ella y a continuación boleaba fuertemente el calzado. Luego embadurnaba la superficie con grasa El Oso, para continuar con la otra bota y hacer lo mismo. Ya que estaban listas ambas botas, las volvía a bolear, acaso dejando un...