Niña runner
Regina corrió sus primeros metros
en la carrera Kardias 2016 en un tramo del Museo de Antropología hasta
Arquímedes. Había empezado la carrera dos kilómetros atrás con la carreola dúo
y Matías y Regina a bordo de ella. Entre la marabunta de gente corriendo,
caminando, con mascotas o niñitos de su edad corriendo, ella se animó. “Quiero
correr”, dijo. La desabroché de su asiento, y comenzamos a correr juntas, yo
con la carreola, y ella a mi lado. “Quiero a mi perro”, sugirió. Tomé de su
asiento un perro de peluche que no suelta ni a sol ni sombra. Lo estrechó entre
sus pequeños brazos y emprendió la marcha. A los pocos metros se percató que
correr con aquél juguete era complicado y no le permitía mover los brazos con
naturalidad, así que se detuvo, yo con ella, y me lo dio.
Seguimos corriendo sobre Reforma.
La animaba y le decía “Muy bien mi nena, vas muy bien, corres muy rápido,
preciosa”. Mi euforia y enorme gusto y orgullo por ver a mi pequeña hija de
apenas dos años 9 meses era tal, que corría con la sonrisa que apenas alcanzaba para carro alegórico en ruta de norte a poniente. De pronto se tropezó y cayó en el asfalto
con tremendo panzazo que mereció mi silencio. Me detuve enseguida, la levanté en un movimiento rápido y le dije “¡sigue corriendo,
Regina, vamos, tú puedes!”, no tuvo siquiera un segundo para pensar en llorar.
Siguió corriendo con fuerza, con alegría. Los corredores de atrás la animaron
con una ovación. Le noté un rostro de regocijo, de orgullo.
De pronto bajaba la velocidad y
me decía “ya me cansé”, así que la animaba a caminar, despacio. Ya que retomaba
fuerzas, al paso siguiente decía “ya quiero correr rápido”, y agilizaba sus
brazos y piernas para tener mayor velocidad. Luego tomó la carreola de un costado
para ayudarme a empujarla. Matías venía en la parte trasera. “No
nena, tú corre, yo la agarro”, le decía, pero ella seguía a mi lado empujando.
Unos metros más adelante se
cansó. Volvimos a caminar. Quería aligerar la carga de la carreola y le
pregunté a Matías si quería correr, pero
él, muy seguro me dijo “No porque me acaban de vacunar y me duele mi brazo”.
Ya que caminamos un buen tramo, y
que muchos corredores ya nos habían pasado, Regina sentenció “Ya me quiero
subir”. Me orillé, la subí y la felicité por ese esfuerzo. Llegamos al
Auditorio y yo corría y caminaba. Tenía seis meses de no correr después de una
lesión en la isquiotibial, y se agravó con el peso ganado y el sedentarismo que
da el ser mamá de dos niños pequeños.
Sabía que podía terminar los 5
kilómetros. Sabía también que no haría un excelente tiempo. Pero me sentía
feliz porque fue la primer carrera con carreola dúo y con mi nena corriendo a
mi lado.
Llegué a la meta ante los ojos
atónitos de algunos porristas. Mi semblante pasaba del cansancio, a la angustia
y de la angustia a la felicidad.
Terminamos los 5 kilómetros en 0:55:48.
Pedí que la medalla se la pusieran a Regina. La pequeña estaba incrédula ante tal pedazo
de metal. La tomaba entre sus manitas, la veía, sonreía. “¿Cómo corrí mamá?”,
me preguntaba. “Rapidísimo mi nena, eres una campeona”, le contestaba.
El entusiasmo y el júbilo por su
medalla no acabaron ahí. Dieron las 20:00 hrs y ella seguía con la medalla
puesta “yo gané, ¿verdad mamá?”, "Sí Regina, tú ganaste".
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