martes, 27 de octubre de 2009

Toma chocolate y paga lo que debes

Primera parte
“Ven a verme antes que el tiempo me coma”
Una abuelita a su nieta


Doña Paula está sentada esperando algo que sabe de antemano, no llegará pronto: La muerte. Vio morir a dos de sus hijos y tres de sus hermanos.


Con la voz entrecortada, casi como un susurro recuerda cómo era cada uno de ellos “yo luego escucho que se mueven las plantas y sé que es mi hijo Francisco, a él le gustaba regar las flores; se paraba a las seis de la mañana a echarles agua y silbaba. Era muy alegre”.


“Le gustaban los castillos de cohetes y el café de olla”, comenta con nostalgia. “Apenas murió en agosto”. Jala aire con dificultad y su vista nublada se pierde entre adornos, comida, velas y pan de muerto que están al pie del difunto simulado. De las manos que un día arrullaron a sus siete hijos pende un rosario, y mientras lo mueve con serenidad se esfuerza en escuchar la conversación, aunque en el intento responda sin coherencia alguna o deba preguntar “¿cómo dijo?”.


En la puerta de entrada se lee un recado escrito a mano: “En esta casa no se aseptan personas disfrazadas. Evite ser corrido”. El 2 de noviembre en Ocotepec, Morelos es tradición que este día las familias visiten el cementerio, en donde se colocan flores en las tumbas y se enciende incienso de copal. Ese día también hay música en el panteón para alegrar el momento y atraer las almas.


Desde la entrada a la humilde casa, un camino de pétalos de cempasúchitl guían a la ofrenda.

La habitación se ha impregnado de olor a velas, incienso y frutas de la temporada. La señora Paula está sentada en un banquito de plástico. La comunidad abre las puertas de sus casas al público para visitar la ofrenda, convicir, aliviar el dolor un poco. Doña Paula no olvida ser hospitalaria y cálida aún con la gente que no conoce.

 
Ofrece de corazón parte de la ofrenda que puso para recordar a su hijo. Ya nada sabe igual, la naranja pareciera que está fuera de su temporada, al pan le hace falta azúcar; el mole no tiene sal, o cacao, o aceite, pareciera caduco, pero apenas lleva un día ahí. Los alimentos saben como cuando uno trae gripa: a nada.


“Es que Paquito ya se la comió toda, se llevó su esencia. Yo sí creo en eso. La comida ya no sabe igual porque viene, lo prueba, le quita algo. Hasta el agua no sabe bien, mire, pruébela”. En efecto, ese líquido que se dice es incoloro, insaboro e insípido tiene algo raro que, quien escribe, aún no puede saber exactamente qué es.


El cuerpo de Francisco, representado por un muñeco de trapo con la vestimenta que solía ponerse, yace en una mesa adornada con flores, papel picado pegado en el techo y una vela en cada esquina. La ofrenda dedicada especialmente para él tiene todo tipo de comida y artículos que le gustaban: carritos de juguete, cohetes, enchiladas, mole, refresco, un perro de plástico, tequila, pan, chocolate y cerveza.

El luto a su hijo Francisco no impide que doña Paula tenga ánimos de platicar con las personas que entran a su casa con el fin de ver la ofrenda, tomar fotos y dejar un presente a la familia y sus condolencias, así que rompe con la solemnidad del momento y pregunta “¿por qué no vinieron ayer?, hoy ya se acabó todo. Aquí en Ocotepec la tradición es que todas las casas que tuvieron algún muertito durante el año, abrimos las puertas al que quiera pasar, no más traen algo pa’l difunto, y nos acompañan en nuestro dolor. Por eso no aceptamos nada de disfraces, es una falta de respeto para todos.”


Por un momento guarda silencio, como si viera a su hijo epiléptico de 46 años que la abraza. Ha dejado de mover el rosario, sus manos cuarteadas y cansadas son prueba del arduo trabajo que aún desempeña. Se percata que alguien observa detenidamente sus movimientos y entonces cierra los puños y los lleva a la bolsa del delantal.

Fatigada de velar durante dos noches a su hijo, respira profundo y suelta algunas palabras, como si eso le permitiera aflojar el corazón por un minuto. “Hace poco me enfermé de las manos, ya me andaba petatiando, pero Diosito dice ‘no te vas ahorita’, toma chocolate y paga lo que debes”.


- ¿Ya sabe cocinar y planchar? Porque una vez llegando al matrimonio nada de liberación. Ahora las parejas son muy raras. La esposa ya no se encarga del marido, por eso no duran. Yo con el mío llevo 65 años de casada. Mire, ahí está nuestro retrato de boda.

Una pareja bastante joven, él con un traje negro bien planchado, ella con el vestido blanco de mangas largas, unidos por e brazo. De esa fotografía en blanco y negro sólo quedan dos cuerpos cansados, enfermos del tiempo que han vivido.

Durante la plática, los visitantes tomaron algunas fotos.


- ¿Le puedo tomar una?


Enseguida Doña Paula rejuvenece a sus años mozos, pareciera como si en un segundo sus 86 años no le pesaran. Abandona una calabaza de plástico que tenía en sus piernas, levanta la cara y esboza una sonrisa.


- Ya está.
- ¿Y cuándo me la trae? ¿o se la va a quedar?
- Se la traigo el 26 de noviembre, es que vengo desde el DF.
- ¿Hasta el 26? Todavía falta mucho y quién sabe si dure a esa fecha.
- Claro que estará aquí. La vemos ese día, no se preocupe
- Mmmmmhhh. Nunca cumplen.
- No señora, claro que sí, le damos nuestra palabra que ese día tiene su foto.


Se enmudece, los ojos nublados se tornan tristes, y aún así levanta la mirada con esperanza.


- Aquí los espero. ¿Cuánto falta para ese día?
- Tres semanas
- Bueno, aquí voy a estar.

Toma de la ofrenda dos plátanos, un pan de muerto, cuatro naranjas y tres mandarinas. Busca una bolsa y mete todo ahí. Al pueblo de Ocotepec empieza a entrar la noche. El cielo es un claroscuro de rojos, anaranjados y azules. Las estrellas se asoman y la luna comienza a despertar.


1 comentario:

  1. muy buen post, muy interesante, captura la escencia de la tradicion del dia de muertos. lo unico q no me gusto fue que el muerto era Francisco...

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