La mesa del recuerdo
Mamá Amparito tomaba café con leche en una taza de plástico color verde militar. Una cucharita de metal corroída por el café servía para mezclar bien el azúcar.
Lo acompañaba con un pan de dulce glaciado cuyas boronitas se quedaban en las comisuras de su delicada boca. Tomaba un café a las 8:00 a.m., cuando el ajetreo de la ciudad amenazaba su tranquilidad. Se sentaba en uno de los extremos de la mesa rectangular que años atrás estuvo repleta de nietos, hijos, amigos de los amigos todos reunidos para comer.
Era como si cerrando los ojos aún pudiera escuchar las conversaciones de hace más de 40 años. “Mamá, mamá, hazme un taco de crema con queso y sal”; y ella, que no se daba abasto para atender a nueve boquitas ávidas de alimento, atinaba a preguntar “¿con mordida o sin mordida?”; “no ma’, sin mordida”, y ella “No, sí, con mordida para que te sepa más rico”. Eran los momentos en que podía medio comer, pues era la última que se sentaba a la mesa, luego de haber atendido a dos generaciones enteras.
Chuche, Marissa, Paco, Ramón, Chela, Tensy, Gelos, Luzma y Pepe. Los nueve reunidos en la mesa para comer. La casa se desbordaba de risas, de alegría, de ruido, de amor, de tantos momentos compartidos y tantas sobremesas bien platicadas.
La mesa larga aún recuerda cuántos niños pasaron por debajo de ella y pegaron tantos chicles hasta tapizar la orilla. Tantos años, tantas generaciones y hoy sólo ocupa un lugar: el de Mamá Amparito.
A las 10 de la mañana almorzaba un huevito, otro café y pan. En su casa siempre había comida para quien llegara con acompañante, o sin él.
Tenía los ojos azules como el mar de Cancún y solía dormitar en la silla de plástico blanco de su sala después de almorzar. Prendía la televisión para ver alguna película mexicana del cine de oro para luego descansar.
Ahí la acompañaba su soledad. A veces, de tanto estar sola decía que el timbre de su voz se le había olvidado. Por eso silbaba, para alejar un poco al silencio. Escribía versos inspirados en alguno de sus más de 15 nietos o sus 9 hijos.
A Mamá Amparito la acompañó su soledad después de tantos años, tantos hijos y tantos nietos que estuvimos con ella. Y aún con todo, fue el ejemplo rotundo de amor materno; porque nunca, aún en el callejón más oscuro, permitió que sus hijos, o cualquiera de su familia estuvieran desamparados.
Hoy la traigo a la mente por recordar el amor incondicional que toda la vida profesó. A ella le dedico estas líneas de mi blog, aunque nunca sabrá qué es esto y de saberlo diría "sea por Dios".
Mamá Amparito, de aquí al cielo te digo que te quiero.
Lo acompañaba con un pan de dulce glaciado cuyas boronitas se quedaban en las comisuras de su delicada boca. Tomaba un café a las 8:00 a.m., cuando el ajetreo de la ciudad amenazaba su tranquilidad. Se sentaba en uno de los extremos de la mesa rectangular que años atrás estuvo repleta de nietos, hijos, amigos de los amigos todos reunidos para comer.
Era como si cerrando los ojos aún pudiera escuchar las conversaciones de hace más de 40 años. “Mamá, mamá, hazme un taco de crema con queso y sal”; y ella, que no se daba abasto para atender a nueve boquitas ávidas de alimento, atinaba a preguntar “¿con mordida o sin mordida?”; “no ma’, sin mordida”, y ella “No, sí, con mordida para que te sepa más rico”. Eran los momentos en que podía medio comer, pues era la última que se sentaba a la mesa, luego de haber atendido a dos generaciones enteras.
Chuche, Marissa, Paco, Ramón, Chela, Tensy, Gelos, Luzma y Pepe. Los nueve reunidos en la mesa para comer. La casa se desbordaba de risas, de alegría, de ruido, de amor, de tantos momentos compartidos y tantas sobremesas bien platicadas.
La mesa larga aún recuerda cuántos niños pasaron por debajo de ella y pegaron tantos chicles hasta tapizar la orilla. Tantos años, tantas generaciones y hoy sólo ocupa un lugar: el de Mamá Amparito.
A las 10 de la mañana almorzaba un huevito, otro café y pan. En su casa siempre había comida para quien llegara con acompañante, o sin él.
Tenía los ojos azules como el mar de Cancún y solía dormitar en la silla de plástico blanco de su sala después de almorzar. Prendía la televisión para ver alguna película mexicana del cine de oro para luego descansar.
Ahí la acompañaba su soledad. A veces, de tanto estar sola decía que el timbre de su voz se le había olvidado. Por eso silbaba, para alejar un poco al silencio. Escribía versos inspirados en alguno de sus más de 15 nietos o sus 9 hijos.
A Mamá Amparito la acompañó su soledad después de tantos años, tantos hijos y tantos nietos que estuvimos con ella. Y aún con todo, fue el ejemplo rotundo de amor materno; porque nunca, aún en el callejón más oscuro, permitió que sus hijos, o cualquiera de su familia estuvieran desamparados.
Hoy la traigo a la mente por recordar el amor incondicional que toda la vida profesó. A ella le dedico estas líneas de mi blog, aunque nunca sabrá qué es esto y de saberlo diría "sea por Dios".
Mamá Amparito, de aquí al cielo te digo que te quiero.
Es increíble cómo cada ser humano atesora recuerdos de sus seres queridos. ¡Gracias por tu blog! Me hizo recordar a mucha gente que ya no está conmigo pero que también fue digno ejemplo de ese amor incondicional.
ResponderEliminarMuchas gracias Rit.. recordar es volver a vivir, y este blog es para eso. Muchas muchas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarUn servidor fue parte de esa historia y si bien es cierto que fueron muchas generaciones, cada una obtuvo diferentes experiencias y aprendizajes, partiendo de que algunos tuvimos la oportunidad de conocer y jugar en Allende 72 y de la cual yo tendré de por vida un recuerdito...jajaja. Por lo pronto y respecto a éstas líneas quiero comentar que a mis 31 años recuerdo esa soledad que describes de Mamá Amparito y definitivamente me aterraría enfrentarla de igual manera, por eso quiero que sepas que cuentas conmigo y me siento orgulloso de ti porque realmente logras transmitir un sentimiento por medio de tus escritos...Saludos!!!
Víctor!!!
ResponderEliminarMuchas muchas gracias por tu comentario; es más que valioso leerte. Te agradezco tus palabras y gracias hermanito. De sobra sabes que tampoco estarás solo, aquí voy a estar yo para hacerte la plática o hacerte reír cuando estés viejecito. :D
Saben, este es un tema que tarde que temprano tendremos que vivir en carne propia, quien de nosotros no ha vivido un caso similar, yo creo que todos.
ResponderEliminarYo por ejemplo lo veo con mi abuelo, al cual se le adelanto mi abuela, su compañera, su amor y su amiga. Ahora que lo veo tan solo se por que duerme mas, habla menos o esta mas distante de todos nosotros, aunque muchos de nosotros lo animamos a cada momento, pero el ya no sonríe de la misma forma.
Ha de ser triste saber que nos estamos haciendo viejos, que nos estamos quedando solos y peor aun, que pronto ya no estaremos entre la gente que más amamos.
Muchas Gracias por tocar este tema, hasta la proxima.
jajaja donde lo eh vivido!!! son recuerdo importantes y marcados para toda tu vida. y que me hace recordar.. abu ya tiene bochas mi pantalon!!! jajaja personas importantes en la vida q nunca las olvidaras por los momentos vividos y que no recuerdas cuando te cambian tu pañal o te bañan y cuando lo vez en esa foto de recuerdo d hace unos siglos te motiva a compartir y alegrarte q tienes una vida q compartir de miedos, experiencias, alegrias etc.. q paike!!
ResponderEliminarMuchas muhcas gracias a todos por sus aportaciones y comentarios, para mi son muy valiosos todos y cada uno de ustedes y de sus comentarios. Un abrazo enorme y todo mi cariño.
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